La vida en la residencia transcurría sin sobresaltos. La monotonía se apoderaba de nosotros. Sólo las clases proporcionaban ese toque diferente al día a día. Chicos y chicas estábamos separados por las salas comunes que se encontraban en el centro del edificio. Ellas se situaban en el ala este y nosotros en el ala oeste pero nos juntaban a todos en la cocina, el salón de estudio, la sala de entretenimiento o el patio de recreo.
Yo había llegado un año atrás y no conocía a nadie en la residencia. Podría decir que me sentía mucho más que solo, de haber una palabra para ese sentimiento. Pero conocí a Sonia y todo cambió. Estábamos separados la mayor parte del día durante las horas de clase y sueño, pero cuando nos juntábamos en las horas comunes éramos uno solo. Quizá ella se sentía como yo y por eso mantuvimos una relación tan estrecha desde tan temprano. Nunca se lo pregunté.
Pasábamos inadvertidos en la residencia. Éramos buenos dentro del aula, pero eso nunca fue una cualidad que llamase la atención. La gente prefiere ser amigo del chico que se tira a más chicas, o de la chica que se abre más de piernas, y aquí no era diferente a cualquier otro sitio. No sé cual era la relación que mantenía Sonia con sus compañeras, pero la mía con los chicos era prácticamente nula. No quería abrirme a ellos y pasar a ser el bicho raro acosador de hombres, el marica del ala oeste, y relacionarme con ellos sin llegar a contarles mi secreto no era una opción porque no me gusta mentir a los demás ni engañarme a mi mismo.
Mi compañero de habitación se llamaba Juán. Él se abría conmigo e intentaba que yo también lo hiciese con él, pero yo me mantenía distante, aunque me resultaba agradable escucharlo. Seguramente por ello Juán me eligió como su confidente, porque sabía que no contaría a nadie lo que me dijese. ¿A quién se lo iba a contar? Y así transcurrían los días, yendo a clases con gente que no conocía, pasando mi tiempo libre con Sonia (en el patio cuando el tiempo lo permitía y en la sala de entretenimiento cuando las nubes cubrían el cielo y la lluvia el suelo), y las noches en mi habitación leyendo o eschuchando las últimas conquistas de Juán o sus futuras "pretendidas".
Pero aquel viernes fue diferente. Era un día de tormenta de esos en los que la oscuridad lo cubre todo a pesar de ser las 4 de la tarde. Me dirigía a mi habitación cuando me asomé a una de las ventanas del pasillo de habitaciones desde donde se podía ver el patio de recreo. Al otro lado del patio estaba Sonia. Supe que era ella por su pelo negro azabache, que se confundía con la oscuridad de su entorno, y su peculiar vestimenta, siempre repleta de colores que evocaban el renacer de las flores en primavera. Estaba bajo la lluvia abriendo el grifo de desagüe. Seguramente la asignaron encargada de vigilar que el patio no se llenase de agua. Cogí un paraguas y fui a su encuentro. Al llegar me di cuenta que estaba en lo cierto cuando pensaba que estaba teniendo algún problema. Sonia no era capaz de abrir el grifo. El nivel de agua en el patio llegaba ya a los tobillos. Cogí un madero en la obra del nuevo invernadero y golpeé el grifo hasta aflojarlo.
- ¿Por qué has venido sola a abrir el grifo? ¿Cómo no me has avisado?
- No estoy sola
Me lo dijo señalando al suelo. Allí estaba su gusano. Una babosa fea y exageradamente grande. Pero Sonia desarrolló una compenetración especial con el anélido. Ella le hablaba como me hablaba a mi y él le respondía (si es que a un "uiiiiiiiiiiii" se le puede considerar respuesta). De camino a la residencia ocurrió que el gusano de Sonia se cubrió con hilo de seda. Fueron solo unos segundos. Cuando volvimos a verlo se había transformado en una especie de disco azul con un pico y unos ojos negros enormes. No tenía patas porque se mantenía levitando en el aire. Nunca llegué a entender cómo un bicho tan feo como aquel se convirtió en algo tan adorable. Quizá fue el amor que encontró en Sonia y que otros no le habrían dado.
Entramos en el edificio y el ambiente era extraño. Todos estaban en el hall de la residencia. En la puerta principal había cuatro hombres de las fuerzas especiales y uno de ellos cogió al "disco-levitador" de Sonia, lo metió en una bolsa y se lo llevó. Los otros 3 personajes nos cerraron el paso y nos impedían salir al exterior con el pretexto de una cuarentena permanente. Cerraron la puerta y la tapiaron desde fuera. Estábamos encerrados. Todos nuestros compañeros, hace unas horas muy adultos como para juzgar y reirse de sus semejantes, se comportaban ahora como los niños que eran, amedrentados y escondidos tras las esquinas. Sin las varitas nadie se sentía valiente. Era muy raro que el día anterior hubiesemos tenido que entregarlas en la tienda del final de la calle para una "limpieza de hechizos".
Convencí a Sonia para que se quedase y cuidase de los demás. En el nuevo invernadero había una puerta que daba a la calle de atrás, con suerte no la habrían tapiado aun. Estaba en lo cierto. Salí oculto en la oscuridad de la tormenta y me dirigí a la tienda en busca de mi varita. Me pidieron mi DNI y se lo entregué. La mujer desapareció detrás del mostrador y volvió después de rato más bien largo.
- ¿Qué deseas?
Me lo olía. Algo me decía que no sería tan fácil. Exasperado le exigí que me devolviese mi varita y ella me pidió el DNI de nuevo.
- Sin identificación no puedes exigir nada. Pero puedes ver en esa estantería de ahí si hay algo que te interese
En la estantería había un montón de varitas. No. No eran varitas, sino pinceles que echaban un par de chispas para contentar a su usuario. Me volví loco y fui de nuevo al mostrador, apoyé mi pecho en él y cogí un par de carpetas que había en el otro lado. En una de ellas había un monton de carnets de identidad. ¡Complot! Estaban robando las varitas y las identidades de la gente y luego las encerraban en cuarentena. La dependienta llamó a la policía. Justo lo que yo deseaba, era imposible que, con las pruebas que tenía, esta gente saliese impune.
Llegó el guardia pero se puso en mi contra casi antes de darme tiempo a desearle unos buenos días. Me parecía imposible. Todo el mundo estaba metido en el asunto. El guardia sujetaba mi brazo con fuerza pero intente soltarme con todas mis fuerzas. Las "varitas-pincel" de la estantería cayeron al suelo y comenzaron a lanzar sucedáneos de hechizos por todas partes. Aproveché que bajó la guardia para coltarme y salir de la tienda. ¿Dónde puedo ir?
Sonó el pito de un coche y vi a Sonia que me hacía señales desde dentro. Entré en el asiento del copiloto y el coche arrancó cuando no había siquiera cerrado la puerta. Conducía Juán.
- ¿Cómo se te ha ocurrido salir tu sólo? ¿Por qué no me has pedido ayuda? Sonia me lo contó todo y salimos a buscarte. Los demás estarán bien en la residencia. No quieren ya nada más de ellos. ¿En que estabas pensando Eloy?
- No pensaba. Además, ¿qué te importa lo que me pase?
- ¡Claro que me importa! ¿No te has dado cuenta que en realidad me importas? Eloy, ¡te quiero!
- ...
- Llevo mucho tiempo queriendo decírtelo pero temía no ser correspondido. Cuando Sonia me contó que te habías ido, pensé que podría pasarte algo y no pude soportarlo.
- Pero no me pasó nada.
- ...
- Juán... Yo también te quiero... Pero, ¿estás teniendo tu también este sueño? ¿Cuando despiertes te acordarás de ese sentimiento igual que me acordaré yo?
- ...
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Los sueños, sueños son :)
ResponderEliminarImpresionante y fascinante.
ResponderEliminar¿Te han dicho que escribes muy bien?
Enhorabuena, amigo.
Te echamos de menos.
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