Llevo ya un rato despierto. Aunque hoy tenga el día libre, nada impide que mi reloj biológico me despierte a la misma hora que todos los días lo hace mi despertador. Me gusta no tener que ir a trabajar. Remoloneo antes de levantarme, mientras lo contemplo. Al otro lado de la cama, él sigue durmiendo, ajeno a los ojos que lo observan, ajeno al tiempo que avanza. Su respiración monótona y superficial rompe el silencio de la habitación. Unos mechones de pelo negro caen por su frente perlada de sudor. Su barba ya no es una barba de dos días, seguramente hoy se afeitará. Sonrío al pensar en mis poderes adivinatorios. Duerme con el pecho al descubierto, que se alza y desciende al compás de su respiración. Él siempre ha sido mucho más caluroso que yo, que, aun en verano, necesito una manta para hacer desaparecer los escalofríos nocturnos.
Se enciende el despertador y suena un programa radiofónico. No se inmuta. Me sorprende la gente que consigue que un despertador pierda la función para la que ha sido creado. Dejo que la voz del presentador hable durante cinco minutos más y me dispongo a apagarlo. Como si leyese mi mente, mientras alargo mi brazo para detener la radio, abre los ojos y me sujeta. Sonríe antes de abrir los ojos, me da los buenos días y nos besamos. Se sienta en la cama para ponerse sus zapatillas mientras me dice que no apague la radio porque la canción que están poniendo le recuerda a mí. En realidad se que solo lo dice para que no la apague. Se levanta, corre las cortinas y sube la persiana haciendo que entre la luz en la habitación y creando, desde mi punto de vista, la silueta de un adonis en ropa interior a contraluz.
Observo los movimientos que lo llevan al baño. El sonido de la ducha hace que decida levantarme. Subo el volumen de la radio, busco una camiseta que ponerme y me dirijo a la cocina para preparar el desayuno. Me encanta tener tiempo para desayunar. Cuando entra en la cocina está listo para un largo día de trabajo. Disfrutamos de un café, zumo y un par de tostadas en silencio. Seguramente piensa en el proyecto que debe presentar en un par de horas. Yo pienso en la suerte que he tenido al conocerlo. Se da cuenta de que lo miro y me dedica una sonrisa lampiña. Me pregunta qué opino del atuendo escogido para la preentación y ahora soy yo el que sonríe, pues el traje que lleva se lo regalé yo.
Aprovecho para ducharme mientras él termina de prepararse para salir a la calle. Salgo de la ducha cuando él termina de cepillarse los dientes. Dice que llega tarde. Me besa y me desea un buen día. Me quedo de pie, paralizado por ese beso y veo como coge su maletín. Cuando está a punto de salir del dormitorio reacciono y le deseo suerte en la presentación. Él se gira y, guiñando un ojo, me dice que siempre ha sido un chico afortunado.
Escucho la puerta cerrarse y después la campanilla del ascensor, que hace terminar mi ensimismamiento. Me dispongo a lavarme los dientes cuando descubro un mensaje escrito en el vaho del espejo. Te quiero.
martes, 19 de julio de 2011
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