jueves, 7 de enero de 2010

La espera

Me desperté sudando como casi todas las noches en los últimos dos meses. La oscuridad llenaba la habitación y solo el tic tac del reloj rompía el silencio. Eran las tres de la madrugada. Ya no recordaba lo que significaba dormir de un tirón. Me acosté de nuevo con la esperanza de volver a dormir pronto pero en el fondo sabía que se avecinaba otra noche de insomnio. Mi cabeza empezó a llenarse de pensamientos, preguntas sin respuesta, planes de futuro que se extinguían como la luz de una vela. ¿Qué pasaría si…?

Los acontecimientos de aquel día volvieron a tomar protagonismo en mi mente. Fue un día como cualquier otro. Las clases en la facultad ya habían terminado y volví a casa para las vacaciones de Navidad. Me invitaron a una de esas cenas en las que la comida brilla por su ausencia y el alcohol inunda las venas. Como era de esperar, poco tiempo me llevó llegar a un estado elevado de desinhibición que prometía que sería una noche estupenda.

Sonó el despertador. Me levanté sin ganas y fui al baño con la esperanza de que una ducha me espabilase un poco. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina así que mi intención era ir a la biblioteca. Con muy pocas ganas desayuné algo y me preparé para salir a la calle. El día no propiciaba el buen humor pues llovía a mares, aun así, paraguas en mano, me dirigí a la biblioteca. Sin embargo, cuando esperaba para cruzar en el paso de peatones, en el otro lado de la calle y con la vista perdida, lo vi. Era uno de ellos.

Los planes de aquella noche fueron como los de cualquier otra. Pocas veces hacíamos algo diferente. Primero un par de copas en el pub de siempre y luego cambiaríamos de lugar para pasar la noche bailando y “cazando”. Unos minutos después de llegar al segundo local, alguien se acercó a mí y me cameló con sus palabras. Me cogió la mano y me llevó al baño. Estaba ocupado pero poco nos importó, solo una mirada fue suficiente para hacer entender al ocupante que no sobraba. Con la música y el griterío de fondo nos entregamos a la pasión y el desenfreno, aunque ellos de forma mucho más experimentada que yo. Quizá fue causa del alcohol o quizá el fuego que corría mi interior pero la falta de preservativos no fue un impedimento para llegar hasta el final.

El semáforo se puso en verde y mientras cruzaba busqué su mirada, pero él no me reconoció. A 50 metros de la entrada a la biblioteca sentí que me faltaba fuerza para seguir avanzando y decidí volver para casa. No quería estar rodeado de gente. En los últimos dos meses noté como aumentaba mi irascibilidad, no tenía ganas de hablar con nadie, no tenía ganas de reír. Mis amigos lo notaban e intentaban animarme, pero eso solo me alejaba aun más de ellos. Ya no cogía las llamadas al móvil, de hecho estaba apagado la mayor parte del día. Solamente lo usaba para llamar de vez en cuando a casa para decir que todo iba bien. Una mentira piadosa.

Una vez en casa intenté sentarme en el escritorio para estudiar pero mis pensamientos no me dejaron. Fui al salón y encendí la televisión esperando que la programación limpiara mi mente pero no fue así, pues alguien estaba hablando de su primera vez que mantuvo relaciones sexuales. Un baño no es un buen lugar para una primera vez.

Cuando volví al lugar donde había dejado a mis amigos no los encontré. Quizá tardé más de lo que imaginaba. Cogí mi abrigo y, con pocas ganas de irme para casa, salí del local. Dos chicos me miraban desde un banco cercano. El alcohol me animó a acercarme y pedirles un cigarrillo. Me lo dieron y durante 5 minutos quizá mantuvimos una agradable conversación, pero los tres sabíamos cómo acabaría todo aquello. Me invitaron a su casa y acepté pues aun me quedaban fuerzas para mucho más. En la comodidad de una cama las cosas son mucho más sencillas y placenteras que en un baño de discoteca. Era tanta nuestra excitación que resultaba difícil utilizar un preservativo sin romperlo, pero eso no nos importó. Además, ¿qué importaría utilizarlo ahora, después de no haberlo utilizado en los baños?

Una luz brillante me despertó. Seguía sentado en el sillón pero ya había oscurecido. Un trueno inundó el salón. Cogí el teléfono para llamar a mi madre pero estaba recibiendo una llamada. Eran mis amigos con plan para esa noche. Inventé una excusa aunque seguramente no fue creída. Llevaba dos meses sin salir y sin beber, pero aunque esa noche me apeteciera, no podía. Al día siguiente tenía una cita con mi médico.

Cuando me levanté la cabeza me daba vueltas. No sabía como había llegado a casa pero allí estaba, tumbado en mi cama con la ropa todavía puesta. Intenté recordar lo que había ocurrido la noche anterior, y cuanto más recordaba, más prefería vivir en la ignorancia. Me duché y limpié a conciencia aunque sabía que no era de mucha utilidad, aun así pasé ese fin de semana prácticamente en la ducha. Fue el lunes cuando decidí pedir cita con mi médico. Mi madre estaba decidida a acompañarme como hacía siempre, pero la convencí con el pretexto de que ya era mayor y que solo iba a pedir cita para hacer unos análisis porque me sentía débil. En parte era cierto, pues análisis sí que me haría.

Sin haber dormido nada absolutamente, me duché para despejarme un poco y me dirigí a la consulta donde esperaba mi médico con los resultados de los análisis. El camino y la espera se me hicieron interminables. Tenía ganas de irme. No quería saber los resultados. ¿Qué pasaría si…?

Me llamaron y entré en la consulta. Me senté, aguantándome las ganas de llorar, aunque mis ojos estaban llenos de lágrimas. El médico me miró compasivo y me dijo que podía estar tranquilo, pues la prueba era negativa. El alivio empezó a crecer dentro de mí a la misma velocidad que cambiaba el semblante compasivo del doctor a otro mucho más autoritario con el que me advirtió para no tropezar dos veces en la misma piedra.

Han pasado los años y ahora no me relaciono ya con ninguna de aquellas personas que compartían mi vida y que vivieron ajenas a mis problemas. No me quejo de mis nuevas amistades cuyo vínculo se afianza más día a día. Aunque el miedo sigue formando parte de mí. Los ataques de ansiedad, cuando salgo por las noches, han ido remitiendo hasta convertirse en unos fuertes nervios. Aun evito conocer gente nueva si puedo, pues no me siento cómodo con ello. Siento que aquel año perdí algo, aunque trabajo día a día para encontrarlo. Aquellos dos meses son un mal sueño que aun me despierta algunas noches. Noches en las que me pregunto, ¿qué pasaría si diese positivo?